miércoles, 15 de mayo de 2019

La educación en 2030

    Era una noche lluviosa y yo me hallaba en un sueño profundo, ya sabéis que el sonido de lluvia me produce un plácido sueño. Todo era como siempre, yo estaba tapada hasta arriba con la manta y el edredón y la calle se encontraba profundamente en silencio. Yo descansaba y reponía fuerzas, puesto que al día siguiente tenía un examen importante, me jugaba la nota para poder hacer las pruebas de acceso a la universidad y poder irme a Barcelona a estudiar Periodismo. 
     No obstante, algo no funcionaba igual que siempre, mi cuerpo estaba acostado en la cama, pero mi cabeza había viajado más de una década, como si fuera la protagonista de la película Regreso al futuro. En sueños me había transportado al año 2030 y mi sorpresa fue cuando encontré todas las novedades que había. Yo entré al instituto como un día más, en la puerta me esperaba mi amiga Teresa y juntas nos fuimos hacia clase. Por los pasillos ya notaba cosas distintas, dado que las taquillas no necesitaban llave para abrirlas, sino que se introducía la huella dactilar en la pantalla digital. 
   Yo miraba extrañada a todos los lados, como si fuera una extraterrestre dejada en el centro de Madrid, sin comprender nada de mi alrededor, como le sucedía a ET. Teresa me preguntaba qué era lo que me pasaba, que todo estaba como siempre, no entendía mi cara de asombro. La que no entendía nada era yo, pero esto no mejoró al llegar a clase. Las puertas estaban blindadas y para poder acceder necesitábamos un código táctil, cada alumno y alumna teníamos el nuestro propio, era nuestro número de referencia. 
    Dentro de clase, las paredes eran pantallas y dependiendo de la asignatura que tocaba iban cambiando y presentando los contenidos correspondientes. No había profesores, esto es lo que más me dolió, puesto que como el docente nadie explica la materia. En las pantallas gigantes tú ibas seleccionando los apartados necesarios y una voz grave y potente te iba narrando y explicando los contenidos. 
    Asimismo, para la realización de ejercicios, la propia pantalla nombraba el número de referencia de algún alumno, el mismo que para entrar a clase y, dicho alumno debía salir a la pantalla a hacer el ejercicio correspondiente. La misma corregía la actividad y le decía la nota al alumno o alumna. Los exámenes eran grupales y se realizaban también mediante la pantalla y las notas se recibían automáticamente en el móvil u ordenador. 
    Ya estaba amaneciendo y en los primeros rayos de luz me desperté, tenía una sensación muy rara, como si hubiera vuelto de un lugar muy lejano y no supiera dónde me hallo. A los minutos puse los pies en tierra, me di cuenta de que se trataba de un sueño y que yo tenía en breve un examen. Me cambié rápido, desayuné, hice el último repaso y me fui hacía el instituto. Teresa, como siempre, me esperaba en la puerta, pero todo lo demás seguía igual que ayer, no había taquillas táctiles, ni puertas blindadas, y por supuesto, había una gran cantidad de profesores, a los cuales nunca me alegré tanto de verlos como ese día. 
    Espero que en el futuro la tecnología haya avanzado, pero no tanto, que la función del docente siga siendo igual de importante y que los libros y las pizarras no se sustituyan completamente por pantallas. Asimismo, espero que seamos un nombre y no un número de referencia. La tecnología nos ayuda, pero no puede dominar nuestra vida. ¿Y tú que piensas?

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